¿Alguna vez has sentido ese malestar repentino en el estómago, acompañado de diarrea y náuseas, y te has preguntado si es solo un “virus pasajero” o algo más serio? Hoy te cuento todo sobre la gastroenteritis: qué es, cómo reconocerla y, sobre todo, qué hacer para salir adelante sin poner en riesgo tu salud ni la de tu familia.
Cuando hablamos de gastroenteritis, nos referimos a la inflamación aguda de la mucosa del tubo digestivo. Imagina que el interior de tu estómago y tus intestinos se irritan, provocando heces más líquidas o frecuentes, dolor abdominal y, en muchos casos, náuseas y vómitos. Lo habitual es que este cuadro se resuelva solo en tres a siete días, pero si no le ponemos atención, puede complicarse, sobre todo en personas vulnerables como niños pequeños, adultos mayores o quienes tienen el sistema inmunitario debilitado.
¿Sabías que no todas las gastroenteritis son iguales? Hay una diferencia fundamental entre las causas virales y bacterianas. Los virus—como el norovirus o el rotavirus—atacan las vellosidades intestinales, reducen las enzimas disacaridasas y generan una diarrea acuosa, sin sangre ni moco, que suele durar uno o dos días. En cambio, las bacterias—Salmonella, Shigella, E. coli—producen toxinas o invaden la mucosa, provocan inflamación, fiebre más intensa y heces con sangre o moco; su duración puede extenderse hasta dos semanas.
Pero, ¿cómo se convierte ese agente infeccioso en el malestar que tú sientes? Existen tres mecanismos clave. Primero, algunas bacterias liberan toxinas que activan enzimas en las células del intestino para secretar cloro y agua, y es así que aparece la diarrea. Segundo, los virus destruyen esas pequeñas proyecciones del intestino—las vellosidades—y disminuyen la capacidad de absorber nutrientes y agua, dando lugar a una diarrea osmótica. Tercero, cuando bacterias como Shigella invaden la mucosa, desencadenan una respuesta inflamatoria con leucocitos y vasos dañados que pueden manifestarse con sangre en las heces.
Llegados a este punto te preguntarás: “¿Cómo distinguir, en la práctica, si se trata de una infección viral o bacteriana?” La evaluación clínica es esencial. Ante todo, tu médico valorará la gravedad de tu deshidratación midiendo pérdida de peso aproximada y signos de shock, y explorará tu historial—viajes recientes, exposiciones alimentarias o contacto con personas enfermas. En exámenes de laboratorio, un coprocultivo puede aislar bacterias específicas; una PCR multiplex detecta rápidamente tanto virus como bacterias; y las tiras de antígenos rápidos ayudan a identificar rotavirus o Giardia en minutos. Por último, el recuento de leucocitos en las heces y los estudios de electrolitos en sangre nos orientan sobre el tipo de diarrea y el grado de desbalance hidroelectrolítico. Aunque, estos estudios solo se reservan para el medio intrahospitalario
Y hablando de deshidratación, ¿sabías que perder solo un 5 % del peso corporal en agua pudiera llevarte a una situación de riesgo leve, mientras que un 10 % te ubica en un estado grave? Por eso, lo primero que debes hacer ante un episodio de gastroenteritis es rehidratarte. En casos leves a moderados, las soluciones de rehidratación oral, junto con la lactancia materna si hay bebés de por medio, son tu mejor aliado. Solo cuando no toleras líquidos o la pérdida es muy alta se recurre a la vía intravenosa con cristaloides como suero salino al 0.9 % o lactato de Ringer. La hidratación es el tratamiento base y fundamental en esta enfermedad.
La nutrición también juega un papel crucial. En general, se recomienda una dieta blanda y evitar la lactosa mientras persistan los síntomas para no alimentar la diarrea osmótica. Una vez que te recuperas, irás reintegrando paulatinamente alimentos más variados. Y aunque en la mayoría de los casos la gastroenteritis mejora sin necesidad de medicación, hay situaciones en las que el uso de antibióticos está justificado: por ejemplo, azitromicina para Shigella o para Campylobacter, y vancomicina o metronidazol en diarrea por Clostridioides difficile. Los antidiarreicos como la loperamida se reservan para cuadros no inflamatorios, y los antieméticos pueden aliviar las náuseas persistentes.
En los niños pequeños, agregar zinc a la rehidratación oral ha demostrado reducir la duración del cuadro. Y en adultos, el racecadotrilo—un antisecretorio—puede ayudar a cortar la diarrea de raíz sin afectar la motilidad intestinal. Además, los probióticos como Lactobacillus rhamnosus GG o Saccharomyces boulardii colaboran en restablecer el equilibrio de la microbiota y acortar el episodio.
Finalmente, no olvides que la mejor medicina es la prevención. La vacuna antirotavirus ha demostrado reducir drásticamente la gastroenteritis viral en bebés. Mantener buenas prácticas de higiene alimentaria—lavar frutas y verduras, cocinar bien las carnes, evitar agua no potable—y un adecuado lavado de manos son medidas sencillas que te protegen a ti y a tu familia. Y si has tomado antibióticos, mantente alerta por si aparece diarrea posterior.
La gastroenteritis puede ser una enfermedad incómoda, pero con un diagnóstico oportuno, un manejo adecuado de líquidos, alimentación y, si es necesario, medicación específica, podrás superarla sin complicaciones. Si notas signos de deshidratación grave—boca seca extrema, mareos, orina muy escasa—no dudes en buscar atención médica de inmediato. ¡Tu salud y la de quienes quieres merecen toda la atención!